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domingo, 29 de agosto de 2021

Primer capítulo de: Algunas dalias florecen en otoño.



Capítulo: 1

                     Pájaros en la cabeza. 

                                     Val



    Habré atravesado estas mismas calles de Detroit un montón de veces desde que era una niña, pero cada vez que contemplo los majestuosos edificios de esta ciudad, me sorprenden y me fascinan igual que a aquella niña alegre, dulce,  y un poco mimada que tenía un montón de preguntas y no había manera de hacerla callar. Afortunadamente, mi padre era un hombre de paciencia infinita y tenía una capacidad admirable de explicarme las mismas cosas una y otra vez sin molestarse. Mi madre, sin embargo, no estaba siempre dispuesta a satisfacer mi curiosidad. La mayoría de las veces se limitaba a darme órdenes, costumbre que no ha perdido a pesar de que ahora ya tengo una edad. 

    — Come bien, cambia las sábanas cada diez días y cualquier cosa, promete llamarme. 

    Por si no os ha quedado claro, esta es mi madre dando órdenes. ¿Cómo no? Me ha dicho esas cosas un millón de veces, pero algo le hace creer que no lo recuerdo, así que tiene que repetirlo una y otra vez como si tuviera siete años.

    Parece que este viaje  hacia la Universidad de Michigan va a ser más largo de lo que pensaba. ¿No es curioso lo rápido que pasan los momentos felices y lo eternos que pueden llegar a ser los malos o los incómodos y aburridos en este caso? 

    Jonathan, mi nuevo "padre", conduce ajeno a nuestra conversación. Bueno, si mi madre hablando sin cesar y yo aportando una o dos palabras como respuesta se puede llamar una conversación. Me llevarán a la residencia y luego se irán. Ese fue el trato que hice con mi madre porque insistió tanto en acompañarme que a partir de un momento dejé de luchar. Además,  la cantidad de cosas que empaqué me obligó a aceptar su propuesta. No podría haber llevado todas estas maletas en transporte público y por mucho que me cueste, tengo que agradecérselo. 

    Soy estudiante de tercer año en la facultad de pedagogía y ,aunque podría perfectamente seguir viviendo en la cómoda y grande habitación de mi casa en las afueras de la ciudad e ir a las clases conduciendo unos pocos kilómetros diariamente, prefiero la residencia de estudiantes. Es un gasto extra y a algunos gastar unos diez mil euros cuando podría perfectamente ahorrarlo os parecerá una decisión descabellada, pero me lo puedo permitir y además no me parece un precio tan elevado si con esto consigo "comprar" mi tranquilidad. 

    El último año me ha enseñado que en un abrir y cerrar de los ojos todo tu mundo se puede derrumbar, que  todo con lo que alguna vez habías soñado de pronto se convierte en algo inalcanzable por el simple hecho de que ya no hay bases sólidas sobre las cuales se pueda sostener tu futuro y que, si te enfrentas a la vida con demasiada ingenuidad, ella te lo devuelve dándote una paliza que recordarás para el resto de tus días.

    A todo lo anterior vino a unirse también el divorcio de mis padres como si el mundo quisiera comprobar cuánto es capaz de aguantar un ser humano en determinado espacio de tiempo. Un experimento bastante cruel, por cierto, conmigo sufriendo los efectos secundarios de mis decisiones y también de las de los demás.

    Después de la separación, mi padre se mudó a la casa de mi tía Victoria, su hermana mayor, y el amante de mi madre, Jonathan, vino a vivir con nosotros con las bendiciones de mi hermano James al que últimamente no hay quién lo entienda y se ha vuelto más raro que un poema sin palabras. La situación me resulta un poco extraña. Siempre me incomodaban los cambios y diríamos que en cierto modo he llegado a sentirme invitada en mi propia casa, así que optar por un pequeño cuarto compartido en el campus de la universidad dejó de ser una mala idea. Con todo lo que me ha pasado este año necesito tranquilidad y en este momento tengo que alejarme de mi casa para encontrarla.

    La constante ausencia de mi hermano mayor, James, tampoco ayuda. Estoy segura de que si él pasara más tiempo en casa y no tuviera que viajar con tanta frecuencia por motivos de trabajo, todo sería más llevadero y no me sentiría tan sola.  

    James es fotógrafo y tiene que moverse mucho según los proyectos que le encargan porque ha decidido que de momento quiere ir por libre y, cuando no tiene que viajar, está ocupado preparando y organizando todo para una exposición que va a realizar este otoño en Ámsterdam. Le echo muchísimo de menos, pero, por otro lado, estoy tan orgullosa de él y me alegro un montón de que las cosas le vayan tan bien, al menos a lo profesional porque en cuanto a lo sentimental no ha tenido mucha suerte. 

    Jonathan aparca el coche y entre los dos me ayudan a subir las maletas a mi nueva habitación. Es una habitación muy pequeña y para ser sincera da un poco de asco. No es así como imaginaba mi nueva estancia, pero es lo que hay. Mi madre me mira aterrorizada y yo disimulo porque no quiero que vea lo mucho que me disgusta. Había visto fotos de los cuartos en la página web de la universidad, pero de cerca parece aún más pequeño. En el interior sólo hay dos camas con dos mesitas de noche al lado de cada una, un armario un poco viejo y un soporte para el aparato de la tele. Es depresivo y sucio, pero será mi "hogar" por lo menos para los próximos diez meses, así que tendré que adaptarme. En verano pienso regresar a España donde he pasado el verano junto a mi hermano James en la casa de nuestra difunta abuela. Allí todo es diferente. Yo soy diferente. Mejor.

    El pueblo de mi madre está en España, un pueblo bonito y pintoresco, situado en la costa de Catalunya. Mi refugio. Hacía años que no lo visitaba hasta que en verano volví a este lugar mágico que consiguió mantener alejados mis pensamientos oscuros, aunque fuera por poco. Sabía que tarde o temprano tendría que volver a la triste realidad, pero pasé tres meses disfrutando del sol, de las personas cálidas y amables, cuyas casas siempre están abiertas para los demás y el mar. Un poco de tranquilidad antes de la tormenta porque después de volver, todo lo que sentía y estaba en posición de espera durante el verano, se ha vuelto más fuerte, más grande, más insoportable. La culpa, la angustia, la duda, el arrepentimiento, todo haciendo acto de presencia otra vez, ahogándome cada día un poquito más. 

    Dejo mi bolso sobre la cama que está al lado de la ventana y decido que esta será la mía.Sí, la cama de la ventana será mía. Mi compañera de cuarto tendrá que conformarse con la que queda y espero que sea una chica normal. No quiero añadir más problemas a mi ( ya bastante larga para mi edad) lista, así que espero que el universo muestre un poco de piedad y que no me hayan asignado a un bicho raro. 

    — Si quieres nos quedamos y te ayudamos a desempacar — propone mi madre.

    — No, puedo sola.

    Sé que soy un poco grosera con ella, pero por ahora eso es lo que tendrá de mí. La quiero, es mi madre y sé que ella también me quiere, pero no puedo perdonarla, no de momento por lo menos. Lo he intentado muchísimo, lo juro, pero en su rostro veo la mujer que destrozó la familia que teníamos. ¿Cómo pudo vivir todos estos años teniendo una doble vida ? Engañaba a mi padre con este tipo desde que tenía 16 años y yo no tenía ni idea. James lo sabía todo, pero no me había dicho nada. Una vez más fui la última en enterarme de lo que pasaba.

    — Vale — dice. Su rostro ha adoptado una expresión de dolor que me entristece, pero no lloraré. No otra vez. No enfrente de este hombre. Creo que le odio. Si no fuera por él, mi familia seguiría como antes. Ahora estaría aquí mi padre en vez de este desconocido. Nunca antes le había hablado así a mi madre y es verdad que ella muestra una paciencia admirable conmigo, aguantando mi mal genio como una campeona, pero desde el divorcio nuestra relación cada día empeora más. Siempre le contesto agresivamente y es algo que por mucho que intente reprimir, me es imposible. No lo quiero, pero no lo puedo controlar. Estoy enojada con ella y me sale así y por mucho que culpe a Jonathan, sé muy bien que ella también tiene parte de la culpa, una incluso más grande que la que tiene él porque Jonathan no estaba casado ni tenía ningún tipo de atadura con otra persona mientras que mi madre sí y lo tiró todo por la borda. — Si cambias de opinión, sabes que puedes regresar a casa en cualquier momento  — dice por milésima vez.

    No va a pasar. Cualquier cosa es mejor que compartir el mismo techo que ellos. Cada vez que él la toca me siento disgustada. No tiene derecho. Para mí su puesto está al lado de mi padre. No puedo verla con este. Soy un poco egoísta, lo sé y en realidad Jonathan no es una mala persona, lo contrario, es muy amable y servicial y lo intenta muchísimo conmigo, pero yo le culpo por lo que nos ha pasado y además llegó a mi vida en el momento más inoportuno. Tengo muchas cosas personales con las que lidiar y mejor hacerlo lejos de personas que sólo me proporcionan más angustias.

    — No voy a regresar. Ya lo hemos hablado. 

    Lo sabe. Hemos discutido muchísimo. Ella insistía en que me quedara en casa y yo en irme.

    — Bien — dice exhalando un suspiro, dándose por vencida. — Bueno, nosotros nos vamos. — Se acerca y deja un beso en mi frente. El mismo beso que solía darme cada noche antes de dormir. ¡Qué raro! A pesar de sentirme como me siento con respecto a ella, este simple gesto sigue reconfortándome como nada. Ella siempre conseguía y, por lo que se ve, consigue calmar mis tormentas.

    — Cuídate. — Asiento con la cabeza y me despido de ellos.

             — Adiós, mamá.

    Fuerzo una sonrisa y cuando la puerta se cierra, me quedo mirando por la ventana de mi nueva habitación. Da a un parque con árboles y , como todavía hace buen tiempo, hay unos cuantos estudiantes sentados en el césped disfrutando del sol. Sin embargo, las hojas de algunos de ellos ya han empezado a adoptar varias sombras de naranja indicando la llegada del otoño. 

    Mientras contemplo las hojas bailando el vaivén de la ligera  brisa, mi mente recorre por todos los momentos de este año y las lágrimas que desde que mi madre me dejó sola me picaban los ojos, se convierten en cataratas que cubren mis mejillas. Últimamente siempre es así. No puedo dejar de llorar. Creo que nunca superaré lo que hice. Sólo hay una cosa que alivia el dolor, pero a la vez me destruye. Sé que me destruye pero no puedo parar. Alcohol. Recurro a él a menudo porque me deja en un estado semiinconsciente que me permite odiarme un poquito menos mientras dura su efecto y un poquito más cuando estoy sobria. 

    Agotada de tanto llorar, seco mis lágrimas y decido desempacar para apartar de mi mente la estúpida idea de acudir a una botella de vino o algo más fuerte. Mantenerme ocupada me ayuda a distraerme. Además quiero haber terminado antes de la noche para poder dormir tranquila.

    Me cambio los vaqueros y el top ajustado por un chándal ancho y una camiseta que compré hace años en Nueva York con el nombre de la ciudad estampado  a la altura  del pecho y ahora uso sólo cuando estoy en casa, y recojo mi pelo en una coleta. ¡Manos a la obra! 


...


    Han pasado ya veinte minutos desde que empecé y la curiosidad puede conmigo. Desde hace un rato se escuchan unas voces desde el pasillo y la muy cotilla de mi quiere saber qué es lo que está pasando.

    Dejo una camiseta que acabo de sacar de mi maleta doblada sobre la cama y me acerco a la puerta. La abro un poco, tanto como para poder ver y me sorprendo cuando me doy cuenta de que los que arman el jaleo  hablan en español. Como ya os he contado, mi madre es española, así que mi lengua materna es el español, pero mi padre es americano y yo nacida y criada en Michigan, así que hablo los dos idiomas igual de bien. No es muy difícil escuchar lo que están diciendo. Están gritando. Empezamos bien. Lo primero que presencio durante mi primer día es una pelea de pareja. En la puerta de uno de los cuartos de nuestra planta hay un chico y una chica, pero yo solo puedo verla a ella. Es de estatura media y tiene el pelo negro más brillante que jamás he visto. El chico está de espaldas. Unas espaldas muy amplias, por cierto, resultado de haber pasado muchas horas entrenando.

    — ¡Espera, por favor! — Suplica la chica angustiada.

    —¿Esperar? ¿Por qué? ¡Ya has sido demasiado clara ahí dentro, Anna. No hace falta explicar nada más. ¡Qué estúpido! ¡Por Dios! ¡No puedo creer que lo dejé todo por ti! — El chico suena muy molesto y desmoronado a la vez.

    —Yo no te pedí nada. Tú decidiste aparecer aquí sin avisarme y ahora ¿qué se supone que tengo que hacer? ¡Han pasado muchos meses, Esteban! ¡Por el amor de Dios! Muchas cosas cambian en tanto tiempo  — le responde llorando.

    —Para mí no — dice el chico. — Para mí no ha cambiado nada. Espera... ¿Has conocido a otro? ¿Es eso lo que me quieres decir?

    — Esteb, por favor ... — la voz de la chica apenas se escucha ahora.

    — Claro que has conocido a otro. ¡Qué tonto he sido! No me lo puedo creer.

    — Esteb, lo siento. Debería habértelo dicho, pero apenas hablamos y tú jamás mencionaste que pretendías venir. Además siempre he sido sincera contigo.

    —¡Llevo toda la vida enamorado de ti, Anna! ¡Esperándote! ¿Cómo pudiste hacerme eso?

    — Lo siento. Pensaba que te había dejado muy claro que solo éramos amigos. 

    Dicho esto el chico asiente con incredulidad y se va. Ella estalla en sollozos y después cierra la puerta. Escucho pasos y asomo la cabeza para mirar y veo al chico apoyado con las manos en la pared. Da un golpe con sus puños y se deja caer al suelo arrastrando su espalda. Está sentado con la cabeza entre sus manos y está maldiciendo sin darse cuenta de que su mano está sangrando  por el golpe. No sé qué hacer y aunque al principio vacilo, al final me acerco a él para averiguar cómo está.

    — Perdona. No quiero ser indiscreta, pero ¿estás bien? Tu mano está sangrando. 

    Él levanta la cabeza y me mira con unos ojos color avellana, vidriosos. Su expresión cambia inmediatamente cuando me ve de una de tristeza a otra de asombro.

    — ¿Valeria? ¿Eres tú? — Increíble. Me he quedado sin palabras.

    — ¿Esteban? — El chico herido es Esteban. Es de España. Coincidimos unas cuantas veces durante el verano, pero no interactuamos mucho. ¿Qué hace aquí? ¿Cómo es posible que esté aquí? — ¿Qué haces tú aquí? — le pregunto con una sonrisa en el rostro. Sé que la situación no es ideal y que él sufre en este momento, probablemente porque esta chica le ha rechazado,  pero me alegra verlo.

    — ¡Hago el ridículo por lo que ves! — dice lleno de rabia como si fuera yo la responsable de su situación. Un poco de entusiasmo por verme, ¿no? No esperaba esta respuesta. Siempre ha sido muy amable con todos durante lo poco que coincidimos. Entiendo que esté enfadado, pero yo no tengo la culpa. Exhala y se levanta del suelo. — Lo siento, Valeria. Perdóname. No es un buen momento. 

    Se pone a caminar y creo que quiere irse.

    — Esteb, espera — le digo mientras camino hacia él y le cojo del codo para pararlo. — Tu mano está sangrando. — Le echa un vistazo y se da cuenta de la herida. — Pasa y te limpias — le digo enseñándole mi cuarto. Él al principio duda, pero al final asiente con la cabeza y yo le acompaño a mi cuarto. Muy bien, Valeria. Dejando que un chico entre a tu habitación el primer día de tu instalación. Lo que te faltaba por añadir a tu reputación.

    Entramos en mi habitación y Esteb mira a su alrededor.

     — Joder. Esto es un desastre — dice apartando unos vaqueros que tenía sobre la cama para sentarse.

    — Ya, acabo de llegar y no me ha dado tiempo ni para desempacar. Como ves, estoy en proceso.

    Mientras hablo le miro mejor. No está nada mal. De hecho es todo lo contrario. Es muy atractivo. Tiene el pelo corto y oscuro y unos ojos muy expresivos. Su intensa mirada descansa sobre mi cuerpo y por alguna razón me hace sentir incómoda. Estoy acostumbrada a que los chicos me miren así. Soy consciente de que tengo un cuerpo bastante apetecible, pero con él es diferente. Tiene algo que me inquieta. A lo mejor porque las veces que lo he visto ha sido muy serio y cuidadoso. Nada que ver con los demás chicos que les cae la baba cuando ven a una chica llevando una falda corta. Él es hermoso y confiado, pero mi dolor era demasiado fresco durante las vacaciones como para fijarme en él.

    — Te llevará un buen rato ponerlo todo en orden. 

    Es verdad. Me llevará muchísimo hasta convertir este sitio en algo cómodo y ordenado. Faltan un montón de cosas, estanterías para mis libros, un despacho, una televisión. Espero que mi compañera quiera ayudarme a hacer esto algo más habitable.

    — ¿Qué se le va a hacer? — le contesto levantando los hombros.

    — ¿El baño? — pregunta sujetando su mano.

    — Por aquí — le digo  y le guio al lavabo. Mientras se limpia, busco una toalla en mi maleta. Cuando por fin encuentro una, Esteban ya está fuera.

    — Toma —le digo ofreciéndosela.

    Él me da las gracias con una sonrisa muy linda, la primera desde que nos encontramos. Joder, si así es como luce cuando sonríe no debería dejar de sonreír nunca. Es realmente atractivo, pero también un poco tímido. Hasta ahora no me ha mirado a los ojos ni una sola vez y parece bastante incómodo.

    — ¿Vives aquí? ¿En la universidad? — le pregunto intentando empezar una conversación con él. Normalmente soy bastante social y no me cuesta establecer un tema para hablar, pero Esteban me lo pone bastante difícil. No es que haya hablado mucho desde que lo encontré en el pasillo.

    — No, vivo con dos compañeros del equipo. — Si hay una palabra que nunca usaría para describirle, sería locuaz. ¿Está aquí de visita o estudia? ¿A qué equipo se refiere? No me da tiempo a preguntar porque habla antes que yo. Parece destrozado, perdido, como si su mente no estuviera aquí. 

    — Bueno, Valeria. Me tengo que ir. Gracias por todo. — Yo asiento aunque no quiero que se vaya. ¿Por qué no quiero que se vaya?

    — Vale, Esteban. Si necesitas algo, sabes dónde encontrarme. — Levanta su mano para despedirse y se va diciéndome sólo un simple adiós. ¿Qué ha sido eso? Esa chica le habrá dejado completamente roto porque este chico no tiene nada que ver con el que yo he conocido este verano.

    Una vez fuera de mi cuarto decido olvidar a Esteban y seguir con lo que había empezado. Alguien tiene que convertir esta habitación en un sitio aceptable para vivir. 

    Mientras me pongo manos a la obra, no puedo dejar de pensar en la diferencia que hay entre la chica que hace apenas tres años entró en esta universidad llena de sueños por cumplir y ganas de vivir y la de ahora que no le encuentra sentido a las cosas y nada le hace ilusión. Últimamente no puedo dejar de preguntarme en qué momento volaron todos estos pájaros que tenía en la cabeza y , si profundizó más, ¿a dónde han ido? ¿Se han ido para siempre o volverán? ¿Se pueden recuperar las ilusiones perdidas? ¿Volveré a ser la misma que antes alguna vez? 


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Cuando el cielo se rompa y caigan las estrellas - Rose Lake 1

Reseña de: Cuando el cielo se rompa y caigan las estrellas .  Datos del libro:  Número de páginas: 479 Autora: Cherry Chic Edito...